domingo, 23 de mayo de 2010

Menguando y creciendo están en gerundio simple



Desde siempre,desde que tengo conciencia me había sentado en el asiento del copiloto del coche de mi padre.Desde el primer día del coche nuevo,puse de escusa un mareo,una fatiga,una escusa con algunas pinceladas tenues de verdad.No me tapaba ningún asiento delantero,y,de camino a la playa,veía los campos cada vez más poblados de molinos blancos y esbeltos.
Ayer,mi padre,me dijo que no.Me echó de mi sitio,de mi asiento acomodado.Me dijo que debía acostumbrarme a no ser una consentida.La vida de estudiante que me aguardaba,decía él,era muy dura y debía empezar a no depender de ciertas cosas.

Después de mi exilio,en el asiento trasero,miré a mi hermano durante el trayecto.Esa cosa peluda,sin aparente futuro ni razón consciente,nunca había dicho de sentarse delante,nunca.¿Era más maduro que yo?
El sol le hacía tener los ojos acaramelados,y yo,mientras le miraba,concentraba todas mis fuerzas en reencarnarme en él o en convertirme en un semejante suyo de diez años.

Cuando llegamos a casa;tenía naúseas.No dije nada.Al fin y al cabo debía aprender a no hacerlo.

Estuve callada durante toda la tarde,añorando mi infancia,echando de menos ver los campos de vid a través de la luna del coche,y dándome cuenta de que me estaba haciendo mayor.

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